LA ESFINGE DE DELFOS
Paseaba embelesada por la primera sala del museo de Delfos. Acababa de ver un gran Caldero con tres patas y grabado en el magnifico caldero sirenas y glifos. Más delante de nuevo varios artificios encontrados en las ruinas de Delfos con símbolos de sirenas, en conchas y varias figuras con su forma. Voy evitando al gentío, no me llevo demasiado bien en espacios cerrados con mucha gente alrededor, me agobia, pero de repente mientras miro con mi hija unas figurillas en una vitrina, noto un tirón en mi nuca, y en mis riñones. Es como una especie de llamada, de “pss psss mírame, aquí, aquí”. Ya sé que significa alguien quiere mi atención, pero antes de que ni siquiera me de la vuelta, mi vello se eriza, siento mi estómago removido mis piernas se han quedado fundidas en el suelo. Mi aliento se queda atrapado en mi boca, al girarme y contemplar con media mirada la gran esfinge en la sala próxima a la que estoy.
Giro la cabeza, me asusto. Me escondo tras una vitrina, mi hija me mira sorprendida. Me pregunta como estoy, estoy colorada, me lloran los ojos y mis manos tiemblan. La miro de reojo, en la sala escondida. ¿Os estáis preguntando que sucede con las personas que están por allí? Nada. No pasa nada. La gente obvia la magia, creen que estás en mitad de una bajada de tensión o un mareo menstrual lo que sea menos que la esfinge de al lado te haya chistado.
Cojo a mi hija de la mano, y ella me dice que entre a la sala, pero me da miedo, lanzo un suspiro y vuelvo a refugiarme en la pared, no es miedo es impresión. Aparece Alban, mi compañero, sonríe y la mira, él ya la conocía de otra vez, me mira y sabe que sucede y con su tranquilo gesto de cabeza me invita a pasar. Así que aferrada a mis dos seres amados, entro en la sala y el sonido ambiental desaparece. No hay ruido de personas, no hay sonidos de pasos, ni risas ni estornudos, solo silencio. Camino sin mirar su rostro, se que debo sentarme enfrente, bajo su cabeza. Y ahí ya presentarme. Eso hago, mis oídos pitan fuerte, me molestan. Los olores han empezado a subir desde la tierra, huelo a flores y a esencias. Siento un viento por mis manos. Y ya miro al fin a la gran esfinge alada. Me da la bienvenida, de nuevo. Ya no lo soporto más. Lloro emocionada el reencuentro con una antigua amiga, guardiana y una visión ancestral de mis tiempos en aquellas tierras. La memoria chilla en mi oído y mis alas se abren a su vez.
Es altiva y desdeña a casi todas las personas de la sala, mira a mi compañero Alban y emite un suave ronroneo, él la honra, ella lo sabe. La mayoría de las personas no saben que contemplan, solo la miran, pero pocos la ven y muchos menos le hablan.
Me cuenta que echa de menos el viento, el aire, su elemento mágico. Aun no ha olvidado su gran vida fuera, ella ahora reside en el museo de Delfos, ya no está en el exterior.
Me dice que esta aburrida que ya la gente no ve, no escucha. Nadie le trae ofrendas ni se postran ante ella. Echa de menos el viento en sus alas y hablar con las mariposas y las aves. La vida aquí es estéril como todo lo que queremos conservar. Cuando algo se quiere conservar se congela. Sino muta, cambia. Para conservar algo debe aislarse y es doloroso. Quizás para los humanos que solo contemplan la piedra como un ser inerte que adorna y hace una función estética esto sea una locura, igual que para mí es una locura no sentir.
Hay muchas más prisiones que estar encerrada en ese lugar que estuviste. Estar encerrado o cautivo es no sentir, es aliarse en lo estéril y yermo. La diosa, tu Gran Madre que honras y amas y de la que eres parte y pertenencia, es todo lo contrario, es exuberante y viva. Voluptuosa y fragante. Fluye y cambiante. Temperamental y silenciosa. Caos y orden, agua pura y agua llena de vidas sintientes. Ella hablaba en este oráculo, a ella se le honraba era la Vida, el comienzo, la salida a esta vida. No todo debe ser luz, ni tampoco oscuridad el equilibrio reside en las cosas que saben convivir en la pureza del ser.
Soy un ser del Viento, aunque el Fuego es mi aliado. Somos unas cuantas en la tierra, y nuestros nombres son complicados en la lengua del aliento humano. Podemos parecer ociosas pero somos leales y nunca descansamos, nuestra existencia es la guardia y custodia, nadie nos dijo que hiciéramos otra cosa. Pero contemplando el vuelo de los animales con alas, los amamos. Tenemos alas pero no solemos volar, pocas veces ha sucedido desde el tiempo de la Gran Caída. Así que echamos de menos volar, y además en estos últimos tiempos echo de me nos, aunque sea una ráfaga de aire en esta sala.
Siguen cayéndome lagrimas por la mejillas, les digo que echa de menos el viento y nos ponemos a soplar nuestro aliento. No es mucho pero bueno una brizna de hierba a veces da esperanza. Me cuenta sobre mi tiempo en aquel lugar estuve postrada a sus pies muchas veces, hablaba con ella, somos viejas amigas. Me dice que he tardado mucho en volver, que ya he sanado mi herida y que al fin puedo retomar lo que deje allí sin presión ni odio en mi corazón. He equilibrado mi dolor, mi encierro, mi rapto. Lloro más y más, doy unas vueltas a su alrededor y recuerdo las flores bajo su columna, recuerdo el viento en la cara y adoraría tocarla, pero es política del museo no tocar nada. La mujer que protege la sala no me quita ojo, algunos guardianes molan otros son peores que orcos de la horda. Así que no intento tocarla, la respiro y la exhalo. Tengo que reconocer que el carácter griego es férreo y fuerte, ,me han parecido extraordinarios seres humanos.
Me enseña los recuerdos que compartimos, la piedra, la Dragona, los olores del monte, las ofrendas y las flores, los templos. Me invita a que siga, me dice: “ camina por las tierras que ya caminaste, recuerda sin juicio y acoge lo merecido, vuelves a la tierra de la Diosa, lanza tus aguas y resurge del olvido”.
Salgo de la sala de la esfinge, me encamino hacia Delfos y ahí comienza la siguiente historia…
Asia Moana 27/03/23
Fotos Asia Moana